En julio de 1997, la moneda tailandesa (el baht) se devaluó, contradiciendo las repetidas declaraciones de las autoridades gubernamentales de que eso no ocurriría. En cuestión de días, las monedas de Indonesia, Filipinas y Malasia fueron fuertemente atacadas y comenzaron a derrumbarse. Para fines de octubre, el won de Corea del Sur se colapsó y la crisis se generalizó en el continente asiático.
Puede sonar paradójico que apenas unos cuantos meses antes de las crisis estas economías eran vistas como sólidas y estables, con muy buen futuro económico. Incluso, días antes de las crisis, los analistas financieros y económicos parecían no tener la mínima noción de lo que pasaría. El hecho de que ambas economías formaran parte del grupo de las economías más vigiladas por la comunidad financiera internacional hace a estas dos características todavía más insólitas.
El hecho es que la mayoría de las economías de Asia Orietal sufrió una severa recesión en 1998; el PIB se desplomó: 14% en Indonesia, 9% en Tailandia, 7% en Malasia, 6% en Corea, 5% en Hong Kong y 3% en Japón. ¿Cómo pudo sufrir un colapso tan repentino y grave una región que había tenido tanto éxito? La respuesta es que Asia vivió una aguda crisis financiera.
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